Durante la Antigüedad, y a lo largo de mil años, se celebraron los Juegos Olímpicos, un gran evento deportivo panhelénico que tenía lugar cada cuatro años en la ciudad sagrada de Olimpia y en el que participaban los mejores atletas del mundo griego
El pasado 2020. Año olímpico. Después de los últimos Juegos celebrados en Río de Janeiro, en 2016, el turno para acoger los siguientes Juegos Olímpicos correspondía a Tokio. Sin embargo, por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial, unos Juegos se han tenido que aplazar. La grave crisis sanitaria del Covid-19, que afecta a todo el planeta, obligó a posponer su celebración a 2021.
Pero los Juegos Olímpicos, como los entendemos hoy, no son más que la herencia de aquellos que durante siglos se celebraron en la antigua Grecia. En concreto, fue el Barón de Coubertin, en el siglo XIX, quien logró reinstaurar aquella tradición deportiva adaptándolos a los nuevos tiempos aún manteniendo su espíritu.
Los primeros Juegos Olímpicos de la Antigüedad se celebraron en 776 a.C. Desde entonces, y durante mil años, cada cuatro veranos, la gente de cada rincón de la antigua Grecia concurría a la ciudad sagrada de Olimpia para celebrar su pasión por las competiciones deportivas.
La importancia de los Juegos en la antigua Grecia era tal, que durante la celebración de los mismos, se decretaba una tregua olímpica, la ékécheiria. Esta comenzaba unos días antes y finalizaba pocos días después de su celebración, permitiendo así viajar en condiciones seguras a los atletas de las distinta polis hasta Olimpia y también regresar a sus ciudades.
Durante la celebración de los juegos, toda la vida de la ciudad se paraba, incluido los asuntos de estado, salvo asuntos de extrema urgencia.
Pocos días antes del inicio, los atletas se trasladaban a Olimpia, sede de las competiciones. Allí, en el Altar de Zeus, atletas y familiares realizaban un juramento por el que se comprometían a realizar una competición limpia.
Al inicio los Juegos Olímpicos estaban reservados exclusivamente a las clases nobles, pero con el tiempo, la participación se extendió al resto de la sociedad. Eso si, restringidos a los ciudadanos griegos, hombres libres que hablaban griego.
A diferencia de los Juegos Olímpicos modernos, los atletas competían a título individual y no representando a un país. Además, no había deportes por equipos, ni premios para los segundos y terceros puestos.
Los vencedores no recibían medallas. Solamente se les colocaba en la cabeza una guirnalda hecha con hojas de olivo, aunque lo más importante era recibir el honor de disponer de una estatua con su efigie en la mítica Olimpia. En sus Polis adquirían gran popularidad, convirtiéndose en legendarios. Esto afectaba sólo a los atletas hombres. Las mujeres no estaban autorizadas para participar o tan siquiera presenciar las competiciones debido a que los hombres competían desnudos, pues ello resaltaba su pleno dominio sobre mente y cuerpo. Destacaban las modalidades deportivas que se describen a continuación:
El Pugilato, era un tipo de lucha, que hoy equipararíamos al boxeo. Una prueba dura y cruel, que requería un entrenamiento muy especializado. No existía limitación de tiempo y el combate era continuo, sólo algunas interrupciones momentáneas. Levantar un dedo convertía a un luchador en perdedor.
El Pancracio, una lucha todavía más dura en la que, además de puñetazos, se podían propinar patadas y rodillazos contra los genitales y el estómago del adversario, así como aplastarlo y romperle las articulaciones. Lo único que no estaba permitido era morder, meter los dedos en la nariz u ojos del adversario. Como en el pugilato, quien levantaba un dedo perdía el combate.
Las carreras, las grandes protagonistas de los Juegos, se realizaban en el estadio.
Existían los dromos, carreras de 192 metros (la distancia del estadio), en las que participaban hasta veinte corredores; los diaulos, carreras de ida y de vuelta al estadio, es decir, 384 metros; y los dólicos, carreras de medio fondo, unas 7, 12 o 24 vueltas al estadio.
Existían los dromos, carreras de 192 metros (la distancia del estadio), en las que participaban hasta veinte corredores; los diaulos, carreras de ida y de vuelta al estadio, es decir, 384 metros; y los dólicos, carreras de medio fondo, unas 7, 12 o 24 vueltas al estadio.
En los saltos de longitud los atletas llevaban consigo objetos de peso -de piedra o lomo-, de cinco kilos, añadiendo así dificultad a la prueba. Había varios tipos de saltos: con carrera, múltiple, sin carrera, juntando los pies o adelantando uno de ellos.
El Lanzamiento de disco consistía en arrojar a la mayor distancia posible un disco, de entre 1 y 6 kilos. Estos estaban hechos en piedra en sus inicios y bronce poco después.
Finalmente, hubo lanzamientos de jabalina, con pocas variaciones a como los conocemos hoy.
El momento álgido de los Juegos, lo tenían las pruebas hípicas, que se celebraban el penúltimo día. Eran muy populares gracias a su gran espectacularidad y riesgo que corrían los jinetes en el desarrollo de las mismas. Las carreras podían tener obstáculos como vallas, fosos y pendientes. Esta era la única competición en la que se admitía la participación mujeres, en honor de la diosa Hera.
El sexto día tenía lugar la clausura de los juegos, cuando se hacía la entrega de premios y se homenajeaba a los vencedores con un suculento banquete.
Con la conquista de Grecia por parte de Roma, el deporte sufrió una gran transformación. Si en Grecia el deporte era considerado como algo vital, un deber del ciudadano, esencial en la formación del hombre, en Roma en cambio, fue entendido como una diversión social, un espectáculo público por y para el Estado, que se utilizó para manipular a las masas.
El atleta griego era un hombre libre en busca la perfección moral, mientras que el deportista romano fue en la mayor parte de los casos, mercenario, esclavo o reo de muerte.
El deporte griego se basó a partir del atletismo puro, mientras que en Roma fue la equitación en el circo y los combates de gladiadores en el anfiteatro.
Bajo el Imperio Romano, el olimpismo llevó a una profesionalización del deporte en la que los certámenes deportivos fueron perdiendo la esencia que los caracterizaba en Olimpia y en los que el emperador se aprovechaba de ellos para exaltar su mandato y gloria.
Los últimos Juegos Olímpicos de la Antigüedad se celebraron en el año 394 d.C. Tras doce siglos de celebración, el emperador Teodosio I, después de adoptar el cristianismo como única religión oficial del Imperio Romano, prohibió cualquier tipo de celebración pagana y culto al ejercicio físico, afectando también a los Juegos Olímpicos.
Bibliografía
Segura Munguía,S. Los Juegos Olímpicos. Educación, deporte, mitología y fiestas en la antigua Grecia, Anaya, Madrid, 1992.
Casio. Dion. Historia romana, LXIII.
Platt. R, Cappon. M. Olimpiadas en el tiempo: De la antigua Grecia hasta la actualidad. 2003.